Cansado de amargar… y de amargarse, decidió volverse la persona más dulce, tierna y luminosa del mundo.  Se prometió convertirse en alguien adorable: en una mariposa.

Devoró libros de autoayuda, mentorías, coaches, gurús y koalas en altares. En su afán y locura, tejió un capullo con las hojas de los libros, en el que se introdujo para convertirse, literalmente, en mariposa.

Pasó cuarenta días soñando con alas. Sintió cosquilleos en la cabeza, y pensó: ya están creciendo, ya casi vuelo.

Al día cuarenta, el capullo se deshizo. Salió tambaleándose y corrió al espejo.

Quedó paralizado. No era una mariposa. Era una mosca. Un cuerpo de persona con cabeza de mosca le miraba burlonamente desde el espejo.

La mosca tenía un aspecto desafiante y ridículo a la vez. Poco a poco, el horror dio paso a la sorpresa, y la sorpresa, de repente, a una gran carcajada ante ese rostro grotesco.

Y vio que en la risa la mosca desaparecía, y volvía el humano. Se callaba… y regresaban las antenas. Reía… y la mosca se esfumaba.